En los años 70 muchos de los lectores de este artículo fueron espectadores cinematográficos de un gran incendio en “El coloso en llamas”. ¿Recuerdan la película? que, por cierto, está siendo presentada en diversas cadenas (de las muchas que tenemos) en los últimos meses. Aquel fuego en un edificio alto, lujoso y seguro, como presumían sus propietarios, demostró que no lo era tanto.
Aunque el incendio de un edificio, desgraciadamente, es un hecho que se produce con más frecuencia de la que nos gustaría, lo que más llama la atención son los que podríamos llamar “incendios mediáticos”, aquellos que se convierten en primera página de la presa escrita y primeros minutos de la televisiva o radiofónica. Y, entre estos, todos recordamos los de las Torres Gemelas en Nueva York, con motivo del atentado del 11 de septiembre de 2001; el edificio Windsor, en Madrid, el 12 de febrero de 2005; o la Torre Grenfell, en Londres, el 14 de junio de 2017, que con 24 plantas y 71 fallecidos, ha sido quizá el más devastador de los últimos producidos en Europa.
Y ante estas circunstancias siempre queda una pregunta, ¿son seguros los edificios altos, los llamados “rascacielos”, frente al fuego? Cuando se produjo el atentado de Nueva York, muchos pensaron que éste iba a resultar una especie de “puntilla” taurina para el proyecto y construcción de edificios altos. Y esto se ha demostrado falso; seguimos proyectándolos y construyéndolos. Y, si no se continúa al mismo ritmo que en otras épocas, quizá tenga más relación con las sucesivas crisis económicas que con nuestras inquietudes por vernos involucrados de forma directa en uno de ellos.
Volviendo a la pregunta ¿son seguros ante un incendio? la respuesta es clara: SI. Es cierto que se producen, claro; pero también hay accidentes de coches, de aviones, de barcos y eso no quiere decir que no sean seguros. Incluso andar por la calle o por un parque, bajo las ramas de los árboles, puede dar lugar a accidentes, en ocasiones, mortales.
Cuando se proyecta un edificio alto se tienen en cuenta factores muy variados como son la sectorización, la evacuación, la calidad de los materiales, la detección y la extinción del fuego. Los edificios se dividen en sectores, pudiendo ser éstos plantas completas o parciales, extensiones o volúmenes del mismo que, a su vez, se aíslan unos de otros. A todos nos resultan familiares las puertas cortafuego de los accesos a los garajes de nuestras casas o los voladizos que se diseñan en las plantas de los edificios por el exterior de sus fachadas, o las proyecciones ignífugas sobre los tabiques en algunas zonas de instalaciones de nuestros edificios de trabajo o vivienda. El objetivo de los mismos, y su separación y aislamiento es, precisamente, evitar que cuando se produce un fuego en una zona de un edificio, éste se transmita a otras partes del mismo.
La evacuación y su posibilidad real por vías accesibles es un punto crucial en el salvamento de las personas afectadas en un acontecimiento como el que tratamos. Todos hemos leído en los ascensores “no utilizar en caso de incendio”, así como visto en los edificios de hoteles, oficinas y de nuestras propias viviendas, flechas junto al símbolo correspondiente que nos dirigen hacia los pasillos y escaleras de evacuación. Son aspectos estudiados en la fase de proyecto y llevados a la realidad en la fase de construcción.
Y los materiales con los que se construyen los edificios, ¿tienen alguna relación con el fuego y su extensión? Es evidente que sí; que sean más o menos combustibles supone que se facilite o no su extensión. Por esta razón, los materiales deben cumplir unas características que permitan dificultar su combustión y la potenciación del efecto del fuego ya comenzado. Es más, incluso evitar que llegue a comenzar un incendio a pesar de haberse producido una causa inicial del fuego.
El siguiente paso que se analiza en los proyectos se encuentra en la suposición de que ya se ha producido el fuego. Han fallado los elementos anteriores y comienza el incendio. A partir de aquí lo fundamental, como con cualquier problema que tenemos en la vida, es detectarlo, conseguir que se sepa cuanto antes que se ha producido y que hay que tomar alguna medida. ¿A alguien le resultan familiares los detectores de fuego de nuestros garajes? Pues como éstos, se distribuyen a lo largo de los edificios altos (y también los demás) unos equipos que permiten dar la voz de alarma cuando el fuego ha comenzado o, incluso, cuando la temperatura ha subido en un espacio por encima de un valor dado como límite. Los centros o equipos de control del edificio reciben la señal y ya se puede pasar a la siguiente etapa.
Y esta última etapa es la extinción. La de “El coloso en llamas” fue más espectacular, como corresponde a una película de Holywood; pero no todas son así, es decir, haciendo reventar un aljibe instalado en la parte superior del edificio. Los rascacielos tienen, entre otros, los sistemas de auto extinción que hemos visto en los hoteles o edificios de oficinas que podamos frecuentar, con esos terminales de “sprinkler” (nuestros “aspersores”, pero en Inglés parece que gusta más), que rocían los espacios con una lluvia interior artificial. También conocemos todos las llamadas “columnas secas” de las que disponemos en nuestros edificios de viviendas con cierta altura. Los terminales de esas columnas son esas mangueras encerradas en su urna con tapa de cristal y a la que acceden los bomberos desde el interior del edificio y a las que les llega el agua desde la parte inferior, donde lo suministra el depósito del propio camión de estos sacrificados vigilantes de nuestra seguridad. Porque, y esto sí es importante, no es posible atacar el fuego en un edificio alto sólo desde el exterior. A partir de una altura determinada ya no es útil esa imagen de los bomberos con sus mangueras desde sus escaleras que nacen del camión. Dependerá de las ciudades y de sus equipos, pero por encima de los 50 o 60 m es casi imposible abordar este problema sólo desde el exterior. Pero, como hemos visto, desde el interior hay mecanismos y sistemas que permiten abordarlo con éxito.
Por tanto, y finalmente, podemos ratificar la respuesta que he dado unos párrafos más arriba. Los edificios altos son seguros frente al fuego. Tienen sus riesgos, como todo en la vida, pero también sus sistemas y previsiones para poder abordar este problema y salir de él con bien.